Cómo superar el trauma de un abuso sexual en la Iglesia Católica
"Como se repiten las metodologías por parte de abusadores y abusadoras, hay muchas secuelas que también se reiteran. Es un entramado, como una telaraña", comenta Liliana Rodríguez, la experta de la Red de Sobrevivientes de Abuso Eclesiástico de Argentina. Es psicóloga, una de las últimas graduadas en la Universidad Nacional de La Plata en 1978, porque la dictadura militar (1976-1983) había eliminado la carrera en la ciudad. En ese entonces reflexionar estaba mal visto, de hecho, debía ejercer su actividad de modo clandestino. También fue educadora sexual, y con el paso de los años se especializó en violencia de género y temas de abuso. Ahora, dedica su tiempo a atender a víctimas que vieron ultrajada su sexualidad en el marco de la Iglesia Católica. Se define como atea, y feminista.
La Red brinda apoyo emocional, contención grupal y asesoramiento legal a personas que fueron abusadas. Nació entre los años 2013 y 2014, conectándose con sobrevivientes de distintos puntos del país. "Hoy hay 67 curas y monjas denunciados en Argentina en el marco de la Red. Ya hubo condenas ejemplares en cuatro juicios", se enorgullece la entrevistada. Más tarde, se formó un equipo con el mismo nombre en Chile, expandiendo la idea.
"Cuando ingresan al grupo, las víctimas tienen la sensación de no sentirse más solas. Es un tema muy difícil de compartir, entrar a un espacio donde al ser escuchado sos inmediatamente comprendido es una experiencia muy sanadora. El resto entiende el código de lo que te está pasando, porque lo vivió", relata Rodríguez. Y suma: "Hay muchas personas que se han contactado y a partir de eso clarificaron cuestiones que atravesaron, tomaron fuerza y se animaron a hacerlo público. La sanción social también es reparadora".
RT: ¿Cuáles son los principales síntomas que presentan las víctimas de abusos sexuales en un marco eclesiástico? Más allá de cada caso particular, ¿hay patrones comunes?
L.R.: Son personas que generalmente se han aislado. Tienen trastornos del sueño y terrores nocturnos. Muchos no pueden dormir con la luz apagada, están en estados de alerta y vigilia permanente. Otros duermen vestidos. También hay síntomas físicos, ataques de pánico y escenas que se aparecen como flashes, que irrumpen en su pensamiento. Y pueden reaccionar ante ciertos olores.
Generalmente, no es que las personas aparecen con un relato absolutamente armado, sino que presentan muchos malestares y quienes ejercemos esta profesión solemos tener las hipótesis antes de que las personas puedan expresarla. Tienen secuelas que no entienden bien, pero que se relacionan con aquello traumático que han vivido.
Esto llega a los extremos, con intentos de suicidios, y suicidios concretados. Muchos integrantes de la Red tienen compañeros y compañeras que no lo han tolerado. No llegaron a la denuncia o a ponerlo en palabras.
RT: Si tuvieses que elegir una característica repetida en la personalidad de los agredidos, ¿cuál sería?
L.R.: El infantilismo. Son personas que se han encontrado sin herramientas para la vida. Hay casos en los cuales sirvieron a la Iglesia durante muchos años, y cuando salen, no saben ni lo que les gusta. No están preparados para la sociedad, o para establecer nuevos vínculos y conseguir trabajo. Han perdido vivencias elementales que las personas que no pasaron por esa institución, sí tienen. Muchos de los que han tomado la fuerte decisión de escapar, celebran cada cumpleaños de la escapada. Son como los años de libertad.
RT: ¿En qué se diferencian los abusos sexuales dentro de la Iglesia Católica comparados con violaciones en otros contextos?
L.R.: El abuso es una invasión en el cuerpo y la subjetividad de cualquier persona, pero lo que cambia con respecto a otros abusos, es el poder de quien lo hace. Eso queda inoculado en la víctima. Aunque el abusado deje de ver a su abusador durante años, el poder ejercido puede seguir presente. Fue tan dañino que sigue funcionando internamente.
RT: ¿Cómo es el proceso para que la víctima entienda la situación traumática que vivió?
L.R.: A diferencia de otros relatos, en estos casos son muy comunes las lagunas mentales, el "no me acuerdo". Cuando hablamos de abuso eclesiástico, hablamos desde la humillación y cosificación, hasta la violación. No siempre tiene violencia explícita, al contrario, muchas veces está acompañado de la seducción y la finísima manipulación psicológica que se confunde con el amor a Dios, o lo fraternal. Es común escuchar "yo creía que eso era el amor", o "éramos amigos". Esa cosa difusa entre amor, amistad y lealtad. Esa trampa, esa telaraña, es lo que después provoca las dudas: "¿Me pasó o no me pasó?".
Este abusador, que representa a una institución y tiene un poder social importante, en realidad abusa y traiciona a toda una familia. En los relatos se repite eso de ser personas carismáticas, tener toda una relación con la familia de la víctima y asegurarse la impunidad. Ser tan cercano, que es imposible de ver y detectar.
RT: Pareciera que el daño del agresor se repite, incluso mucho tiempo después de haberse consumado el delito.
L.R.: Claro. Esa persona y su impunidad siguen rodeando y construyendo más poder. ¿Por qué le cuesta tanto a la sociedad castigar a un representante de la Iglesia? Porque está en el terreno de lo impensable. ¿Cómo pensar que ese cura, que casó a mi hermana y bautizó a mi nieto, es el que está abusando de mi hijo?
RT: ¿Cuál suele ser la edad de los damnificados?
L.R.: Entre los integrantes de la Red, hay víctimas desde los 23 hasta los 75 años. Pero siempre hablamos de abusos cometidos a menores de edad, de entre nueve y 15 años.
RT: ¿Por qué tardan tanto tiempo en contar lo que les pasó?
L.R.: Es lo que se pregunta la sociedad. Hablamos de niños o pre adolescentes, cuya iniciación sexual es del abusador. Y tratan de minimizarlo. Hay muchos casos de niños que continuaron en la institución, intentando tapar todo, ya que si pudieron ponerle palabras a lo que les pasó, con un confesor o alguna figura de la Iglesia, muchas veces se les desdice. Se los codifica, y les responden: "Vos en realidad tenés una crisis, no entendiste bien". Además, el victimario, una persona reconocida, sobre todo en pueblos pequeños, tiene terror de que le crean al menor.
Ello hace que muchos abusados convivan con eso, se va formando como un quiste dentro de la persona. No tienen con quién hablarlo. Los que se obligaron a permanecer en la Iglesia, si eran monaguillos, han sido novicios, en un intento de meterlo debajo de la alfombra. Pero en algún momento de la vida, explota, por distintos motivos. Muchas de las cosas que hacen que las personas hablen, son momentos vitales. Por ejemplo, el nacimiento de un hijo o la muerte de los padres.
RT: ¿Cuál es el perfil de los abusadores y cómo eligen a sus víctimas?
L.R.: Quien abusa no lo hace solo una vez, eso lo puedo corroborar completamente. Y tampoco son enfermos. Tienen clara conciencia de lo que hacen, por eso seleccionan, estudian, ven a quién y cómo hacerlo. Desarrollan estrategias, se toman de elementos como el secreto de confesión. Utilizan todo lo que está a su alcance para lograr su impunidad. Una de las tácticas evasivas de la institución es el traslado de los abusadores. Esto pasó en todos los casos. Por eso se ve que un mismo abusador ha violado en varias generaciones, en dos o tres iglesias por donde estuvo.
Las víctimas suelen ser escogidas por sus puntos de vulnerabilidad, para lograr mayor impunidad. Puede ser social, económica, o alguna situación particular que esa familia esté atravesando. Los abusadores aparecen como una figura que les da una mano, se venden como padres.
RT: La estructura eclesiástica, con la castidad, la represión del deseo y sus normas que regulan la conducta de sus representantes, ¿influye en estos trágicos desenlaces?
L.R.: No, se relaciona con el vale todo. No uniría el celibato como una asociación directa, no tiene nada que ver. Es el poder irrestricto, absoluto. Una institución que siente que tiene dominio por sobre el resto de la sociedad o su congregación, exacerba la sensación de que está todo permitido, y no hay castigo.
Pero la sociedad creció, denunciando y estableciendo sanciones para que esto empiece a cambiar. Hace 40 años, ¿qué se podía hacer? Recientemente, el caso Thelma tuvo un gran impacto, con más denuncias que también vimos en la Red. Se sienten reconocidos en ella. Quienes la escucharon, les resultó imposible callar.
RT: En su agrupación también hay excuras que abandonaron la Iglesia.
L.R.: Sí, se fueron al haber tomado conocimiento directo de jóvenes abusados, e intentaron hacer algo dentro de la institución pero se chocaron con la jerarquía eclesiástica y decidieron dejar el sacerdocio. Una decisión de vida a destacar, sumamente digna. Quebraron su vocación y priorizaron el dolor humano. También testimoniaron en juicios, acompañando a los jóvenes.
RT: Regresando a las víctimas, ¿qué les sucede a tus pacientes cuando logran identificar el origen de sus traumas?
L.R.: La persona consulta, y tiene un motivo. Pero en un determinado tiempo, identifica el problema. Ese es un momento de una angustia atroz. De un desborde incontrolable. Un antes y un después. Siente como si no pudiese rearmar su vida, y luego empieza el proceso para rehacerse y tomar decisiones sobre cómo afrontar el trauma.
RT: ¿Qué le aconsejarías al abusado en la Iglesia para superar su dolor? Alguno puede estar leyendo esta entrevista, y todavía no se atreve a contarlo.
L.R.: Lo mejor para alguien que haya atravesado esta situación y no se anime a hablar, es que se conecte a la Red. Le digo que hay salida, otra vida después de ese silencio, y le espera algo mejor porque lo peor ya pasó, ya lo vivió. Lo que viene después de hablar es duro, pero no está solo, es con otros y otras. Va a tener apoyo.
El secreto enferma de distintos modos: con síntomas físicos, adicciones o intentos de suicidio. Ponerle palabras a aquello tan doloroso, es empezar a salir de ese túnel. Y hay una luz que lo espera, son todos los otros sobrevivientes dispuestos a acompañarlo.
Apuesto a la salida colectiva. La salida siempre es con otros. No se va a borrar nada, pero hay manos extendidas, y quien está en esta situación debe tender su mano para que otros la agarren.
Leandro Lutzky
Si te ha gustado, ¡compártelo con tus amigos!