Las elecciones francesas que se celebrarán este mes de abril, los días 10 y 24, pueden ser definitivas para el salto de la extrema derecha en Europa, pues la toma del bastión francés por la ultraderecha podría, incluso, cambiar el orden mundial. El orden europeo, con toda seguridad, se tambalearía. Y no es algo ni mucho menos imposible, pues las últimas encuestas muestran cómo Marine Le Pen se sitúa con un 22 % de intención de voto, por encima de Jean Luc-Mélenchon, con el 15,5 %, y a poco más de cinco puntos de Emmanuel Macron, que lidera los sondeos con un 27,5 %. Una distancia, cinco puntos, que, teniendo en cuenta las desviaciones, cocinas o históricos fracasos demoscópicos, se antojan demasiado exiguos. El riesgo, pues, es real.
Y es verosímil, ante todo, por la desigualdad que arrasa el país galo en la mitad oriental, mientras gran parte de la occidental goza de unas condiciones económicas muy diferentes. Así, la costa atlántica francesa —Bretaña, País del Loira y Nueva Aquitania—muestran condiciones muy diferentes a las de la Francia más oriental —Auvernia-Ródano-Alpes, Occitania o Provenza-Alpes-Costa Azul, donde se sitúan ciudades como Marsella, Lyon o Montpellier—. Porque la región más occidental y atlántica de Francia carece casi por completo de desigualdad —en Nantes, por ejemplo, se encuentra la mayor igualdad salarial de Francia y, a poco más de sesenta kilómetros al sureste, en Les Herbiers, se encuentra la tasa de desempleo más baja del país, con un 3,8 %—. Justo al contrario que la otra mitad francesa.
No es casualidad, pues, que el oeste francés sea la región en la que menores tasas de desempleo se registran y, también, donde peores resultados ha obtenido la ultraderecha tradicionalmente. Algo que ha quedado contrastado tanto en las elecciones generales de 2017 como en las regionales de 2021. De hecho, la relación entre la ultraderecha y factores como la desigualdad y el desempleo es más que evidente, basta con juntar un mapa administrativo con el voto de la ultraderecha francesa y otro con el del desempleo para comprobarlo. Son casi idénticos.
"The Spanish Exception: Unemployment, inequality and immigration, but no right-wing populist parties". Así tituló el Real Instituto Elcano el 13 de febrero de 2017 la, en apariencia, anormal situación política de España: un país con altos niveles de desempleo y desigualdad en los que la ultraderecha no había aparecido en parlamento reseñable alguno. Y ello, a pesar de la crisis de 2008 y los niveles de pobreza infantil, entre los países con mayor número y porcentaje de niños en el umbral de la pobreza. De hecho, según los últimos datos, de noviembre de 2021, España es el tercer país en el tétrico ranking de pobreza infantil de Europa, un anciano continente en el que más de veinte millones de niños vagan amenazados por la pobreza y la exclusión social. En España, para ser exactos, un tercio de los menores son, o están en riesgo de ser, pobres.
Incluí la expresión 'en apariencia' al referirme a la anómala situación española porque, para considerar que en España no había un partido populista de extrema derecha, había que obviar que el Partido Popular es un partido fundado por franquistas que ha liderado causas tan ultras como el acoso al matrimonio homosexual o el aborto, y ha protegido y promocionado a la extrema derecha en ámbitos tan importantes como el militar, el policial o el judicial. Además de incendiar Catalunya o Euskadi siempre que ha podido.
Así, aunque, ciertamente, no todas las familias que englobaban el Partido Popular eran —ni son— extremistas, también había liberales y ultraderechistas, no es menos cierto que la ultraderecha española se encontraba lo suficientemente satisfecha como para no plantear una alternativa seria. Al menos, hasta el estallido de la crisis. Sin embargo, el matrimonio de conveniencia —a tres— saltó por los aires tras la crisis de 2008 provocando la escisión en tres bloques: el conservador, PP; el liberal, Ciudadanos; y el ultraderechista, Vox —este último fue el que más tardó en crecer, pero es el más pujante hoy en día—.
Debido a este escenario, pocos meses después de tan optimista trabajo del escasamente independiente Real Instituto Elcano, como si de una premonición se tratara, Vox entró con fuerza en el parlamento Andaluz, diciembre de 2018, y en el español, abril y noviembre de 2019. De ahí al cielo, quizás solo quede un paso. Esto es, un par de años, cuando se celebren las siguientes elecciones generales en España, en 2023. De momento, los ultraderechistas apoyan los gobiernos del Partido Popular en Madrid y Andalucía y han entrado en el gobierno de Castilla y León. A "la excepción española" se le ha caído la careta. Bueno, la careta y toda la ropa. Yerra desnuda. Muy a pesar de la conclusión del mencionado trabajo:
"La extrema derecha ha fracasado estrepitosamente en España desde la transición a la democracia y no ha conseguido ni un solo diputado desde 1977: su mensaje y sus protagonistas se ven como demasiado cercanos al pasado franquista. Sus éxitos se limitan a varios municipios donde han explotado las tensiones producidas en la convivencia con algunos grupos de inmigrantes. El hecho de que esta convivencia se haya mantenido en España sin fricciones importantes pese al impacto de la crisis económica puede considerarse un gran éxito de la sociedad española".
No era, ni es, a tenor de la situación actual, tan exitosa la sociedad española posfranquista como muchos pretendían que fuera.
Pero, si resulta incuestionable que la ultraderecha se alimenta, básicamente, de la desigualdad, de la diferencia de rentas, del desigual reparto de la riqueza y de las tasas de desempleo —que en España son alarmantes, un 12,6 % en general y un 29,8 % entre los menores de 25 años—, ¿por qué los partidos europeos, o en este caso españoles, no implementan medidas que permitan una mejor redistribución de la riqueza?
Se llama egoísmo y es ejercido a nivel colectivo por las élites en los diferentes países y a nivel nacional por los distintos países que conforman Europa. Ni las élites quieren perder riqueza en beneficio del resto de ciudadanos ni los países quieren perder riqueza en beneficio del resto de países. Porque son las élites las que controlan los principales medios de comunicación y los partidos políticos más importantes —que nadie dude que el PP, PSOE y Ciudadanos son los partidos de las élites—, partidos y medios que favorecen, en recompensa, a estas élites. De ahí las vacilaciones ante las energéticas, los bancos o las grandes empresas y los aumentos presupuestarios en Defensa.
Desgraciadamente, el beneficio de estas es el perjuicio de la mayoría y el perjuicio de la mayoría es el ascenso de la ultraderecha. Un círculo vicioso del que Occidente no parece saber salir y cuyas consecuencias más graves todavía no han sido, ni siquiera, vislumbradas. Quizás el 24 de abril en Francia se sortee el abismo, pero, si Occidente no pone remedio, antes o después terminaremos cayendo en él. Es la fuerza del egoísmo.